Al ver a las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque estaban confundidas y desamparadas, como ovejas sin pastor.
—Mateo 9:36
Cuando se trata de compartir nuestra fe y acercarnos a los demás con el evangelio, solemos ofrecer una gran cantidad de excusas para explicar por qué no podemos hacerlo. Tal vez la razón por la que no intentamos ganar a la gente para Cristo es porque realmente no nos importa.
Ahora bien, esto no es cierto en el caso de todos los cristianos, pero sí en el de muchos de ellos.
Jesús contó una historia acerca de diez vírgenes. Cinco eran prudentes y cinco insensatas. Las cinco prudentes tenían aceite en sus lámparas y las cinco insensatas no. Y cuando se oyó el grito de que llegaba el novio, las cinco vírgenes que no tenían aceite en sus lámparas pidieron un poco a las otras.
Pero las doncellas que tenían el aceite les respondieron: “No tenemos suficiente para todas. Vayan a una tienda y compren un poco para ustedes” (Mateo 25:9 NTV). En otras palabras: “No es nuestro problema. Nosotras estamos preparadas. Somos felices. Vayan y resuelvan sus problemas”.
Así es como se sienten muchas personas en la iglesia. No queremos que nos molesten con eso. Simplemente no nos importa. Oímos mucho acerca de la necesidad de evangelizar. Escuchamos sermones sobre cómo hacerlo. Y participamos en programas diseñados para movilizar a la iglesia para que lo haga. Pero todo esto no tiene importancia si nos falta un elemento esencial y sencillo: una carga y una preocupación por los incrédulos.
Una de las cosas más importantes de todas es la motivación. Debemos tener la motivación para compartir nuestra fe. Y si no tenemos la motivación, no vamos a hacer nada.
Entonces, ¿nos importa? ¿Nos importan las personas que no conocen a Cristo? ¿Nos importa si van al infierno? ¿Nos importa a nosotros?
El gran predicador británico C. H. Spurgeon dijo: “El Espíritu Santo los moverá si primero te mueves a ti. Si puedes descansar sin que ellos sean salvos, ellos también descansarán; pero si estás lleno de agonía por ellos y no puedes soportar que se pierdan, pronto descubrirás que ellos también están inquietos”.
Adondequiera que Jesús iba durante su ministerio terrenal, lo acosaban personas que lo empujaban y tiraban y siempre querían algo de Él. Querían sanidad, como la mujer que había gastado todo su dinero en médicos y aun así estaba enferma. Muchos querían un toque del Salvador.
Pero Jesús vio su necesidad más profunda. Vio dónde estaban sufriendo más. Vio detrás de las fachadas, detrás de los mecanismos de defensa que la gente ponía en marcha. Jesús escuchó el verdadero clamor de sus corazones. Y tuvo compasión de ellos.
Mateo 9:36 dice: “Al ver a las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque estaban confundidas y desamparadas, como ovejas sin pastor” (NTV).
Si vamos a ser utilizados por Dios en cualquier función, tenemos que desarrollar algo llamado compasión. Tenemos que interesarnos por los demás.